Se rió y la besó. Ana sintió el inevitable placer que nacía entre ambos y lo recibió de buena gana. Sin embargo, su espíritu le decía a la vez que incluso la sensualidad y el pecado, cuando se permitían a regañadientes y tarde, debían revelar algo más, a parte de que era una pecadora tan natural como cualquier mujer, una amante vulgar, satisfecha y satisfaciente. La razón le decía que la vida privada, por muy benevolentemente que se considere, debe consistir en algo más que en el lugar común de cualquier calle o cualquier cama.
«Todavía debe haber una razón -pensaba Ana- para ser uno mismo, y esto no lo es. Sufrimiento quizá, conflicto o fé, o una disputa o una prueba de algún tipo».
Esa Dama / Kate O'Brien
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